Cuentos y cuentitos, historias, anécdotas, pensamientos inarticulados, leyendas, rimas, coplas, novelas o sagas. Vivimos narrando y viviendo narramos. La escritura es sacarle una foto a ese flujo inasible de relatos que nos atraviesa todo el tiempo.

sábado, 3 de marzo de 2012

La llave


            El día que Pablo vio morir a un hombre estaba juntando monedas en una esquina nueva. Hacía malabares con dos pelotitas que había encontrado y pasaba por las ventanillas de los autos. Nunca antes había escuchado disparos, por eso no se asustó como el resto de la gente que había en la calle. Sí saltó a la vereda cuando una moto con dos tipos pasó a su lado a toda velocidad. De un auto que había en la fila se bajó un hombre con el pecho manchado de sangre. Ya había visto sangre otra vez, pero no quería acordarse donde, por eso en vez de huir se acercó. El hombre dio dos pasos y sentó en un umbral, la sangre manchando el mármol. Lo miró. Buscó algo en su bolsillo con dificultad y sacó un llavero con un montón de llaves diferentes.
            -Vení, pibe, acércate-
            Pablo no quería, pero se acercó igual.
            -No se preocupe, don. Seguro que ya llamaron a la ambulancia-
            El hombre se encogió levemente de hombros y con esfuerzo separo una llave del manojo.
            -Tomá, esta es la llave de un tesoro, solo tenés que encontrar la cerradura donde abra. Te la doy, pero quedate un rato conmigo-
            Pablo asintió con la cabeza, agarró la llave y la guardó en su bolsillo.

            Vino la ambulancia y se llevo el cuerpo del hombre, luego vino la policía y se llevó a Pablo. Le compraron un sándwich y una gaseosa mientras creyeron que Pablo les daría algún dato. Cuando se dieron cuenta que Pablo no podría describir a los asesinos lo sacaron a la calle. Tuvo que caminar muchas cuadras hasta llegar al baldío donde dormía.

            A partir de allí a Pablo se le hizo la vida un poco más llevadera, se colgó la llave del cuello con un piolín. Cuando no había podido conseguir nada y tenía mas hambre que de costumbre agarraba la llave y pensaba “algún día encontraré el tesoro y tendré comida y todo lo que quiera”. Cuando el frío apretaba pensaba en el tesoro y en una casa grande y bien calentita. Cuando los golpes de los grandotes o de la cana dolían de más, simplemente se aferraba a la llave. Y cuando los demás fumaban paco o jalaban pegamento él se alejaba y pensaba que si quería encontrar el tesoro tenía que estar vivo.
            Demás está decir que probó mil y una puertas y mil y una cerraduras y demás está decir que ninguna abrió. Pablo fue creciendo y consiguió trabajo, primero algunas changuitas y luego de lavacoches. Con mucho esfuerzo logró terminar la primaria en una escuela nocturna. En algún momento conoció una chica y se enserió. Ahorrando cada centavo y trabajando mucho alquilaron un departamentito. Finalmente y tras endeudarse a veinte años con un banco pudo comprarse una casita a refaccionar. Mientras la arreglaba le pidió un favor al cerrajero.
            El día que estuvo terminada y hecha la mudanza fue hasta la puerta de entrada, sacó la llave de su cuello, la metió en la cerradura y entró. Esa noche le mostró la llave a sus hijos y les contó esta historia.

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