El día que Pablo vio morir a un
hombre estaba juntando monedas en una esquina nueva. Hacía malabares con dos
pelotitas que había encontrado y pasaba por las ventanillas de los autos. Nunca
antes había escuchado disparos, por eso no se asustó como el resto de la gente
que había en la calle. Sí saltó a la vereda cuando una moto con dos tipos pasó
a su lado a toda velocidad. De un auto que había en la fila se bajó un hombre
con el pecho manchado de sangre. Ya había visto sangre otra vez, pero no quería
acordarse donde, por eso en vez de huir se acercó. El hombre dio dos pasos y
sentó en un umbral, la sangre manchando el mármol. Lo miró. Buscó algo en su
bolsillo con dificultad y sacó un llavero con un montón de llaves diferentes.
-Vení, pibe, acércate-
Pablo no quería, pero se acercó
igual.
-No se preocupe, don. Seguro que ya
llamaron a la ambulancia-
El hombre se encogió levemente de
hombros y con esfuerzo separo una llave del manojo.
-Tomá, esta es la llave de un
tesoro, solo tenés que encontrar la cerradura donde abra. Te la doy, pero
quedate un rato conmigo-
Pablo asintió con la cabeza, agarró
la llave y la guardó en su bolsillo.
Vino la ambulancia y se llevo el
cuerpo del hombre, luego vino la policía y se llevó a Pablo. Le compraron un sándwich
y una gaseosa mientras creyeron que Pablo les daría algún dato. Cuando se
dieron cuenta que Pablo no podría describir a los asesinos lo sacaron a la
calle. Tuvo que caminar muchas cuadras hasta llegar al baldío donde dormía.
A partir de allí a Pablo se le hizo
la vida un poco más llevadera, se colgó la llave del cuello con un piolín.
Cuando no había podido conseguir nada y tenía mas hambre que de costumbre
agarraba la llave y pensaba “algún día encontraré el tesoro y tendré comida y
todo lo que quiera”. Cuando el frío apretaba pensaba en el tesoro y en una casa
grande y bien calentita. Cuando los golpes de los grandotes o de la cana dolían
de más, simplemente se aferraba a la llave. Y cuando los demás fumaban paco o
jalaban pegamento él se alejaba y pensaba que si quería encontrar el tesoro
tenía que estar vivo.
Demás está decir que probó mil y una
puertas y mil y una cerraduras y demás está decir que ninguna abrió. Pablo fue
creciendo y consiguió trabajo, primero algunas changuitas y luego de lavacoches.
Con mucho esfuerzo logró terminar la primaria en una escuela nocturna. En algún
momento conoció una chica y se enserió. Ahorrando cada centavo y trabajando
mucho alquilaron un departamentito. Finalmente y tras endeudarse a veinte años
con un banco pudo comprarse una casita a refaccionar. Mientras la arreglaba le
pidió un favor al cerrajero.
El día que estuvo terminada y hecha
la mudanza fue hasta la puerta de entrada, sacó la llave de su cuello, la metió
en la cerradura y entró. Esa noche le mostró la llave a sus hijos y les contó
esta historia.
Maravilloso,una historia de lucha con final feliz...
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