El
orden en las filas era de una precisión milimétrica, los quinientos mil
soldados reclutados desde todas las tierras de imperio formaban para el
emperador. Desde lo alto de una torre construida para la ocasión, el Emperador veía
impasible los distintos colores de las compañías y batallones. Las tropas
livianas, la caballería, las tropas de choque, todas lucían sus uniformes
relucientes, el brillo cegaba a mas de un kilómetro. El Emperador se volvió
hacia su consejero militar, ignorando todos los demás servidores, desde el
archicanciller al abanicador.
-Son
inexpertos, en la batalla romperán filas y escaparan con los corazones en sus
bocas, divídelos a la mitad y que luchen entre ellos. A muerte-
El
consejero militar no se atrevió a sostenerle la mirada, hizo una profunda
reverencia y ladró un par de órdenes.
Sin
perder la formación, el ejército se dividió y ambas mitades retrocedieron. La
mitad izquierda tomó posiciones cerca de una colina, la derecha formó un semicírculo. Al sonido de una trompeta cargaron una contra la otra.
Cuatro
horas más tarde el viento disipó el polvo. El ejército de la izquierda había
vencido.
-Ahora
son soldados, mañana les pasare revista. Límpienlos, cúrenlos y aliméntenlos-
La
nueva formación tenía un poco mas de ciento cincuenta mil soldados, que
formaban dejando un poco mas de espacio entre si. Ya no empuñaban las armas
como si fueran aperos de labranza sino como armas.
El
Emperador movió la cabeza
-Siguen
siendo inexpertos, entrarán en la batalla, pero flaquearán en su apogeo y huirán.
Divídelos a la mitad y que luchen entre ellos-
La lucha duro más de seis horas. El ejército de la derecha había vencido
esta vez.
-Ahora
son veteranos. Mañana los veré-
El
ejército soportaba impasible la lluvia torrencial. Cada uno de los treinta mil
soldados empuñaba sus armas como si fueran instrumentos de muerte.
El
Emperador asintió.
-Estos
son soldados veteranos, soportarán una batalla, pero se rendirán durante un
asedio o una marcha forzada-
El
consejero militar lo miró con desesperación en los ojos, su voz tembló al dar
las órdenes.
La
batalla no tuvo vencedor, la caída de la noche obligó a llevar a los soldados a
las barracas para que pudieran descansar para la revista del día siguiente.
Eran
menos de mil los soldados. Pero empuñaban las armas como si fueran
herramientas, como un artesano tomaría un formón o una anciana sus agujas o un músico
su flauta. Sus ojos eran un espejo en el cual el otro ejército vería su propia
muerte y huiría.
El
Emperador dijo:
-Una
batalla más y cada uno de ellos será un ejército invencible-
El
consejero militar hizo un gesto con la cabeza. Pero esta vez el ejército,
avanzó unido hacia la plataforma, mató al Emperador y a toda su comitiva y
desapareció en el horizonte.
¡Queremos más cuentos!
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